miércoles, 30 de marzo de 2011

Belleza... ¡eres tú!

Con ésta adaptación he querido empezar mi publicación hoy. Todavía recuerdo cuando en muchas ocasiones he escuchado la pregunta de “¿soy guapo/guapa?”, y no sólo me producía escalofrío escucharlo, sino que más escalofrío me produce el saber la cantidad de trastornos psicológicos que se esconden detrás de ésa fijación, casi obsesiva, de algunas personas respecto a la belleza.

La necesidad de estar guapo o guapa es casi una imposición social, causando en muchas ocasiones una única finalidad vital: cuidar y preservar el aspecto físico y no desarrollar otras cualidades más importantes. Y a pesar de haber oído hasta la saciedad que lo que realmente importa es el interior, todavía hay quien sigue machacándose día a día para cultivar el exterior.

A ver, no nos vamos a engañar, a todos nos gusta estar guapos, seas chico o chica, a todos nos gustar ser/estar atractivos y quedar satisfechos con la imagen reflejada cuando nos miramos en el espejo, lo perjudicial es no aceptar la realidad, buscar un ideal lejos de nuestro alcance, rechazar nuestra imagen y luchar sin tregua en busca de la perfección física.

No es nada nuevo asociar esta búsqueda de la belleza en otros trastornos tales como: la anorexia, la bulimia o la vigorexia, que llevan atormentando a millones de personas sin discriminación alguna. Todos ellos tienen algo en común: individuos inseguros y de baja autoestima. Es por ésa última que suelen afectar en la población infantil y adolescente, ya que el camino hacía la madurez está más presente.

Siempre he dicho que la belleza reside solamente en los ojos de quien mira, en este sentido, aclaro, la belleza es subjetiva, lo que es o no es hermoso, es en muchas ocasiones, una cuestión absolutamente individual. De este modo, encontramos bello algo o a alguien en función de nuestras preferencias propias. Si bien es cierto que hay un patrón social de lo que se supone que es hermoso.

Simplemente, a modo de conclusión, a lo que me refiero en este artículo, es ni más ni menos la aceptación de cada uno consigo mismo. Qué distintas hubieran sido y serían las cosas si la mayoría de nosotros fuéramos educados para valorar la verdadera importancia de las cosas.

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